Jordán Bruno Genta |
Todos los años la mentira oficial se intensifica, lo sabemos; pero junto con ella se ha acrecentado la propaganda de ciertos sectores de la Iglesia hacia miembros claramente filo-marxistas, que apoyaron e incentivaron en muchos casos el terrorismo de izquierda.
Frente a estas deformaciones, la Sra. Genta reivindica la figura martirial de su padre, quien junto con Sacheri, Larrabure, Amelong y otros caídos por causa de su fe, son los que verdaderamente merecen nuestra conmemoración.
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Carta Abierta a Monseñor José María Arancedo
Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina
Buenos Aires, 6 de mayo de 2014
A S. E. R. Monseñor
José María Arancedo
Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina
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Excelencia:
He leído la homilía que VE pronunciara en la Misa de
Apertura de la 107 Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina en
el día de ayer. En ella
recuerda VE que
está próximo a
cumplirse el cuadragésimo aniversario de
la muerte del
Padre Carlos Mugica,
hecho que (son
palabras textuales) “está presente
en la memoria
de la Iglesia”.
Añade que el
Padre Mugica fue víctima de un asesinato en una época triste de nuestra
historia; que “fue un sacerdote que vivió su fe y ministerio en comunión con la
Iglesia y al servicio de los más necesitados, que aún lo recuerdan con
gratitud, cariño y dolor”; y concluye pidiendo al Señor que, “junto a la verdad
y a la justicia” los argentinos avancemos por la senda de nuestra reconciliación. Es respecto de este tema, particularmente
sensible, que deseo escribirle ahora.
Hace varios años, más precisamente el Viernes Santo
de 1998, en el texto de una de las estaciones del Vía Crucis celebrado aquel
día en Roma, se mencionaba de modo encomiástico a las Madres de Plaza de Mayo a
las que se ponía como ejemplo. Por
cierto que en aquella época las señoras aún no habían perpetrado
su asalto y
esquilmación del Estado
Nacional con los “Sueños
compartidos” de la
mano del “hijo”
(no Jesús, precisamente). En aquella
ocasión, junto a
otras señoras, familiares
de “ajusticiados” en
esos mismos años 70, “duros y tristes”, por “jóvenes idealistas” con
quienes, como ha dicho el Papa Francisco, seguramente los Pastores se habían
equivocado al educarlos y acompañarlos en sus
“utopías”, integré una Comisión que pidió ser recibida
por el entonces
Presidente de la
CEA, el hoy Cardenal Karlic, quien
accedió a recibirnos
y tras la
entrevista nos remitió
a nuestros respectivos obispos
ordinarios. Así fue
que, en mi
caso y el de otros familiares, fuimos
recibidos por el
Arzobispo de Buenos
Aires, Cardenal Bergoglio.
Monseñor
Karlic nos atendió
con una cortesía
gélida, sin dedicarnos una mirada
ni menos una palabra de compasión o de misericordia. No digo hacia mí, que
apenas soy hija de uno de esos muertos,
pero tampoco para la Sra.
Sonia Fernández Cutiellos,
madre del Teniente coronel Horacio Fernández Cutiellos, muerto en el
copamiento de La Tablada, que al menos era,
y es, tan
madre como las
otras. En cambio,
debo reconocer que Monseñor
Bergoglio nos recibió
con la mayor
calidez, comprensión y misericordia, nos
ofreció todas las
parroquias de la
Arquidiócesis para que hiciéramos rezar
misas y rosarios
por nuestros familiares
caídos; sólo nos pidió que no rezáramos vía crucis para
no aparecer como oponiendo un vía crucis a otro, recomendación
que, al menos en mi caso, se cumplió. Aparte del hecho que acabo de relatar, en
los años que siguieron, siempre como parte de asociaciones de víctimas del
terrorismo, visité varios Obispos y en todos los casos encontré una actitud
cálida y misericordiosa, más allá de lo que cada unopensara políticamente.
Pero en esta
ocasión, Excelencia, no
sólo me acerco
al Pastor como hija, ya que
lo soy de Jordán Bruno Genta, asesinado en la puerta de la misma casa donde hoy vivo con mi familia (coincidentemente, también hace cuarenta años de su muerte y aún
nos estremece leer la carta que nos enviaron sus asesinos, escrita por un cura
o ex cura según se evidencia en los conceptos allí vertidos).
Esta vez me
acerco, sobre todo,
como joven de los
sesenta y setenta. Me acerco in
memoriam de tantos miembros de la Acción Católica en la que milité y de otros
grupos católicos a los que también
pertenecí. Chicas y muchachos con los que compartí misas, retiros,
conferencias, actos públicos, guitarreadas
y demás actividades
propias de aquella
juventud. ¡Cuántos de ellos
fueron llevados a
matar y morir
por la encendida
prédica del Padre Mugica
y de otros
curas tercermundistas! A
alguno de esos
sacerdotes los conocí
personalmente, desde la infancia; es el
caso del Padre Ricciardelli con quien compartía parroquia y barrio.
En
aquellos años trágicos,
la Conferencia Episcopal
Argentina, que VE ahora
preside, publicó un
duro Documento advirtiendo
sobre los peligros y
las desviaciones doctrinales
que representaba el
llamado Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo del que el Padre
Mugica era uno de sus principales mentores.
Monseñor
Arancedo: fue duro
afrontar la muerte
de mi padre después de meses de amenazas; esto hizo
pedazos a mis hijos. Pero mucho peor
fue enterarme de
que un joven
otrora católico, Juan
Carlos Dios, fue quien había puesto una bomba en un sonado
atentado matando decenas de personas,
en nombre de
la “revolución”. Sólo
los curas pudieron
haber logrado semejante “conversión”
suya pues resulta que, entre
otras cosas, me recuerdo sentada a su lado siguiendo un largo curso sobre Santo Tomás en el que leíamos la Suma Teológica. Alargaría demasiado este
escrito si enumerara a todos los
conocidos y amigos que siguieron idéntico camino.
Tengo alguna
certeza de que el Padre Mugica se arrepintió al final y de
que estaba preocupado
por lo que
había ayudado a
construir. Curiosamente, no suele
hacerse mención a
esta actitud de
arrepentimiento, pero qué bueno sería hacerlo en aras de la verdad
completa. Antes de caer acribillado, mi padre comenzó a trazar la señal de la Cruz;
era domingo y se dirigía a escuchar misa. El Padre Mugica fue asesinado después de
celebrar misa. Espero que
los jóvenes a
quienes arrastró con su
prédica a la guerrilla y murieron en ella, tuvieran tiempo de acercarse a Dios.
Esta carta es abierta pues no tengo nada que ocultar
ni disimular; pero, primero, como
corresponde, se la
envío a VE
por medio del
correo electrónico. Cuando fuera posible me gustaría hablar con VE;
estimo que es el consejo que nos ha
enviado el Papa
Francisco a cuantos
están en similar situación a la mía. Sería un buen
ejercicio de la “cultura del encuentro”.
En cuanto a conseguir la concordia nacional y la
reconciliación de los argentinos, invocada
en su Homilía, allí
van todos nuestros
esfuerzos como VE podrá
apreciar si tuviere
a bien observar
la sostenida actividad desarrollada por
múltiples asociaciones (la
Asociación de Abogados
por la Justicia y la Concordia,
entre otras) que nos representan.
Con afecto filial.
Suya en el Señor.
María Lilia Genta
Jordán Bruno Genta, asesinado por la guerrilla hace 40 años, advertía a los cristianos tercermundistas: “reiteramos que el socialismo por más evangélico que se lo quiera presentar, no sólo es imposible prácticamente sustraerlo a la corriente marxista-leninista que avanza arrolladora, sino que tiende a la despersonalización del hombre y a desvirtuar su espíritu comunitario enajenándolo en el colectivismo”. (Opción política del cristiano, p. 121).
ResponderEliminarCarlos Alberto Sacheri escribe “La Iglesia clandestina” (1971), con el fin de “contribuir a disipar la confusión reinante en tantos católicos de buena fe en esta hora dramática que vive la Iglesia” (p. 7) y por eso denunciaba en ese libro que el Tercermundismo “configura una iglesia paralela que intenta instrumentar todo lo cristiano al servicio de una revolución social de inspiración marxista” (p. 8).
Por eso es que estos sacerdotes o cristianos aún concediéndoles “buena fe” en sus acciones estaban sirviendo al marxismo engendrador del odio y tanta muerte (aún la de ellos mismos como en el caso de Mugica). Su admirado Che decía “El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal”. (Ernesto “Che” Guevara. Mensaje a la “Organización de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América latina” – Abril de 1967)