Por
Nahir
“No podríais, aunque quieras, soldado,
ser sordo y ciego ante la apremiante angustia de la Patria”.
José
Antonio Primo de Rivera.
Ya
han pasado 204 años de la gloriosa proclama que emitiera la Junta de Buenos
Aires aquel 29 de mayo de 1810, dirigida a los cuerpos militares, autores
intelectuales y prácticos de aquella Revolución que dio al país una autoridad
firme, ante el caos político y la acefalía imperantes en la Madre Patria.
En
tiempos de las invasiones inglesas, apenas existía alguna insuficiente
organización militar y hubo que improvisarla. De allí datan los regimientos de
Patricios y los Húsares de Pueyrredón. Años después, ya contaba Buenos Aires
con varios cuerpos disciplinados de criollos y otros tantos españoles, siendo
estos últimos disueltos a raíz de la primera conspiración de Álzaga, para que “la fuerza del Virreinato estuviera
constituida con soldados nativos, con jefes adictos al país"[1].
Durante los sucesos de mayo de 1810, los militares y Saavedra sobre todo,
serán los verdaderos protagonistas de la Revolución.
A
partir de ella es que se instituye el día del Ejército Argentino, que nacido en
las gloriosas jornadas de agosto de 1806 y julio de 1807, dio a luz desde sus
entrañas a la Patria en 1810, la defendió del enemigo extranjero en 1848, la
preservó de caer en manos del marxismo en el `75, para batirse una última vez y
desangrarse en suelo Malvinense por su Soberanía.
“La energía con que habéis dado un autoridad firme
a vuestra Patria no honra menos vuestras armas que la madurez de nuestros pasos
distingue vuestra generosidad y patriotismo”[2],
dice la proclama. Generosidad y patriotismo de los
hombres guiados por Saavedra, verdaderos soldados, que ilustrados en el campo
de batalla son la Patria misma.
A dos centurias y pico
de su creación formal, podemos preguntarnos si de verdad al visitar los
regimientos de hoy y ver a nuestros soldados, resaltan en ellos la misma
generosidad y patriotismo que otrora distinguiera a los miembros de tan gloriosa
institución. El viejo ejército argentino agoniza ante uno nuevo que ha cambiado
la defensa de la Nación por la defensa del “modelo”. Liberalizadas y
marxistizadas, han olvidado que su función es la salvaguarda de lo permanente,
la defensa de la realidad física y metafísica de la Patria.
Hace décadas que -el liberalismo
primero y el marxismo después- han destruido las Fuerzas Armadas, y de su
desintegración, eventualmente deviene la desintegración de la Nación. Ellas se
han convertido en política de estado, pues los que gobiernan hoy son los
consumadores de una praxis subversiva, diseñada por otros a la que ellos
sirven. Paulatinamente se las ha ido vaciando de contenido, liberalizadas y
descristianizadas, se ha emprendido una campaña de demolición contra ellas: demolición
intelectual e infiltración ideológica, división entre los sumisos y los que se
rebelan contra este nuevo orden, siendo éstos capturados, como “prisioneros de
guerra”[3] y
lanzados a prisión como los peores malhechores, acusados por haber batallado en
la causa de Dios y de la Patria.
El Ejército Argentino
nació de hombres católicos y aguerridos, y fue tantas veces restaurado por
hombres del mismo talante. Hoy se hace imperioso que recupere el sentido
cristiano que le dio el ser, para resistir el ataque que cada vez arremete con
más fuerza y exige una entrega más limpia y sublime.
En este día, vaya nuestro
más sincero reconocimiento a aquellos soldados que injustamente detenidos y
condenados, siguen amando a su país y resistiendo por él, desde la oscuridad de
una celda; a sus familias que de pie junto a ellos resisten la marginación y la
humillación constante. Nuestro reconocimiento a aquellos que han muerto
luchando por la Argentina en la batalla del Tucumán y en la Guerra de Malvinas,
y a aquellos veteranos que por gracia de Dios han vuelto; para que el
sacrificio de vida de aquellos y el testimonio de éstos, sea semilla de nuevos
héroes que sepan levantar a la Patria Argentina de la postración y humillación
en que se encuentra.
A Cornelio Saavedra, Padre del Ejército Argentino, intentaron sobornarlo para que dejara de defender la Patria y lo amenazaron con matarlo si no aceptaba. Él respondió: "Yo no me vendo... ni por dinero alguno vendo mi honor y buen nombre... desprecio las amenazas que me hacen porque confío en que el mismo Dios Nuestro Señor que porque quiso me dio la vida... me la defenderá también en adelante y la conservaré hasta que sea Su Santa Voluntad". ¡Esa debe ser la actitud vital del hombre que forma parte del Ejército Argentino!
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