Por Guillemette Lestang [2]
Dedicamos las próximas dos
entradas de la sección de historia a un hecho admirabilísimo y poco conocido:
el papel de las mujeres durante la gran gesta Cristera, para que sirva de
ejemplo a nuestras mujeres sanrafaelinas.
Cuando el año pasado se estrenó
la película “La Cristiada”, nos emocionamos al ver tan bellamente retratado el
martirio de José Sánchez del Río y el arrojo de tantos servidores de Cristo
Rey. La película esboza, aunque muy sintéticamente, el papel que les tocó
desempeñar a las mujeres: jovencitas, madres, viudas, esposas, que arriesgaron
su propia vida para mantener a los combatientes y salvar a su país del laicismo
en que querían sumergirlo.
El presente artículo fue
publicado en el blog “Femmes ad hoc” (http://femmesadhoc.wordpress.com/) en
febrero de este año por, Gillemette Lestang, a quién a gradecemos el permiso
para su difusión en español.
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¿Qué
es la Cristiada?
Se trata una lucha desigual entre
un poder de estado todopoderoso, constituido por la alianza entre el ejército
regular, las fuerzas masónicas, el protestantismo norteamericano y la notable
ayuda de este gran poder favorable a los perseguidores del catolicismo, por un
lado, y un pueblo desarmado, donde los únicos poderes imponderables se
limitaban a la audacia y la valentía que producían en ellos el amor profundo y
vital que profesaban a la Fe católica, y una confianza inquebrantable en la
protección de Dios y de su Patrona amada la Virgen de Guadalupe, por el otro.
¿Cuál
fue la causa de este levantamiento?
El julio de 1926 el presidente
Plutarco Elías Calles decide aplicar las leyes fuertemente antirreligiosas de
la constitución de 1917, votadas por el gobierno revolucionario de la época.
Desde principios de agosto de
1926, las mujeres fueron las primeras en reaccionar y las más decididas a la
hora de montar guardia en las Iglesias cerradas al culto por el episcopado el
31 de julio de 1926, en respuesta a las leyes antirreligiosas del gobierno. Los
hombres siguieron, pero primero para proteger a sus mujeres.
Es necesario recordar que la
resistencia a la persecución religiosa fue primero pacífica a través de la Liga
Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, movimiento sobre todo instalado en
las ciudades, por un lado, y por otro, la Unión Popular, movimiento dirigido
por Anacleto González Flores, “llamado el Maestro”; hombre profundamente
católico, con una inteligencia maravillosa, beatificado como mártir por el Papa
Juan Pablo II en el año 2005. De esta, Anacleto preconizó el boicot de todos
los servicios públicos y de todos los alimentos provenientes del Estado o de
personas manifiestamente masónicas. Este boicot fue bien acogido y cumplido y las
mujeres participaron activamente. Las represalias no se hicieron esperar. Y a
partir del mes de agosto de 1926, el recurso de las armas fue considerado.
Después de eso, las persecuciones
cada vez más violentas del gobierno, acarrearon la consolidación de la Unión
Popular y bajo su impulso, la formación de las “Brigadas Femeninas Santa Juana
de Arco”.
Historia
de las Brigadas “Santa Juana de Arco”.
La organización militante de las
mujeres, que se convertirá en militar desde los primeros levantamientos, data
de 1925. Fue la obra de Luis Flores González y María Goyas, fundadores de la
“Unión Católica de Empleados de Guadalajara”. Al principio, se trataba sobre
todo de asociar a jóvenes trabajadoras de las ciudades en la organización de
campañas públicas y manifestaciones callejeras. La orquestación del boicot
económico preparó a las mejores de ellas para la clandestinidad. Al año
siguiente, cuando la guerra explote en las zonas rurales, ya estarán listas a
todo lo que se les pida.
La Brigadas fueron creadas en
Zapopán, en el estado de Jalisco el 21 de junio de 1927 (la Iglesia acababa de
canonizar a Santa Juana de Arco). Ese día, 17 jovencitas fundaron la primera
Brigada. En unos pocos días, serían 135. Rápidamente el movimiento se esparcirá
por todo el país, hasta alcanzar el número de 25.000 mujeres. En México, feudo
revolucionario, la organización comenzó a funcionar en febrero de 1928. Esta se
mantendrá hasta el último momento de lucha sin fallar, hasta “los arreglos” de
1929, que obligaron a todos los combatientes a deponer las armas.
¿Quiénes
son estas mujeres?
Las “Brigadas Bonitas”, o B. B.
como las llamaban los jóvenes Cristeros se componían de chicas entre 15 y 25
años, la mayor parte de ellas célibes, aunque también algunas viudas. También
había grupos de mujeres auxiliares de mayor edad o casadas con hijos. Eran
reclutadas en todas las clases sociales, en general en los barrios populares y en
las zonas rurales.
¿Cómo
estaban organizadas las Brigadas?
Las Brigadas eran una sociedad
exclusivamente femenina, cívica, libre, autónoma y secreta. Su estructura era militar,
jerárquica, porque eran consideradas como un cuerpo más de combate, en la
guerra Cristera. Pero, este movimiento trabajaba en total clandestinidad,
imponiendo a sus miembros un juramento de obediencia y secreto. Si la mayor
parte de las “brigadas” eran célibes, esto era para evitar en principio, dejar
huérfanos, por supuesto, pero también para evitar el máximo de presiones sobre
los niños, por medio del chantaje, si ellas eran hechas prisioneras. Las
brigadas eran numerosas. Cada una de ellas se componía generalmente de 750
afiliadas, comandadas por una mujer coronel asistida de una teniente coronel, y
así en adelante. Cada pequeño grupo de cinco miembros desconocía a los otros
grupos. A la cabeza de cada célula, había un hombre que no tenía más que una
posición consultativa. La organización incluía cinco comisiones: de guerra, de
“liaison”, financias, información y beneficencia. Las principales dirigentes
eran oriundas del estado de Jalisco y muy a menudo eran simples campesinas. Las
brigadas sanitarias, dirigidas por un médico, completaban el conjunto. Las
brigadas no reconocían más que dos jefes: el obispo y su jefe de grupo, de
quién el consejo podía ser ignorado.
Su
acción.
Como ya he dicho, las brigadas
trabajaban en la clandestinidad. Después de haber prestado juramento a su
entrada, inmediatamente debían hacer otro que decía: “Delante de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, delante de la Santísima
Virgen de Guadalupe y de cara a mi Patria, yo X, juro que aunque me martirizaran
o me mataran, aunque me halagaran y prometieran todos los reinos del mundo,
guardaré por el tiempo necesario secreto absoluto sobre la existencia y las
actividades, los nombres y las personas, domicilios y signos (…) que tienen que
ver con sus miembros. Con la gracia de Dios, antes morir que convertirme en una
delatora”.
Así, a pesar de los numerosos
controles Federales, estas admirables mujeres han servido a la causa Cristera
hasta el último día. Su misión era extremadamente peligrosa porque ellas
actuaban a solas, sin ninguna cobertura, en el más grande secreto, no solamente
en las zonas ocupadas, sino también directamente entre el enemigo tanto para
descubrir sus planes como para identificar traidores infiltrados entre los
Cristeros. Es necesario considerar este aspecto de la doble vida que llevaban, de mujeres, hijas,
hermanas, madres, esposas por un lado, y por el otro, militantes, efectuando
sus misiones, de día o de noche, en absoluto secreto, en el mayor peligro,
solas y jamás protegidas.
Entre
sus funciones, ellas debían:
1.
Estructurar
un sistema de financiamiento recolectando dinero entre los católicos;
2.
Comprar
armas y municiones y aprovisionar las tropas Cristeras.
Esta
tarea era muy peligrosa pues debían luchar con el embargo decretado por EE UU
que prohibía la venta de armas y municiones a los Cristeros. Estos venían de un mundo rural que no podía
fabricarlas, y su supervivencia dependía de las “Bi Bi”, como las llamaban, es
decir, “Brigada invisible, Brigada invencible”, pues su eficacia en este ámbito
fue prodigioso. En efecto, gracia a ellas
y los obreros católicos de las fábricas de armas del Estado, pudieron
establecer un sistema de aprovisionamiento de cartuchos. Las jóvenes venían de
las provincias a recuperar municiones en la capital: las compraban en el
mercado negro o las robaban de las fábricas del ejército (algunas las
fabricaban en sus talleres clandestinos) y las llevaban a sus lugares de
combate, camufladas en chalecos especiales de doble pliegue. Cada una de las
jovencitas podía llevar entre 500 y 700 cartuchos que pesaban entre 15 y 25
kilos. Una vez aprovisionadas, debían circular en tren y evitar todos los
numerosos controles de los federales hasta para llegar a las montañas.
3.
Infiltrarse
entre los enemigos y pasar información a los Cristeros.
Ellas son las que aseguraron los
lugares de desplazamiento de los combatientes, buscándole refugio en las
ciudades. Organizaban bailes en las pueblos ocupadas por el enemigo para
ganarse la confianza de los oficiales de Calles y obtener información. Por esto
una joven nunca trabajaba mucho tiempo en el mismo entorno, cambiando de
identidad y domicilio muy seguido.
4.
Ayudar
a las familias de los combatientes.
Además de los objetivos puramente
militares, las Brigadas “Santa Juana de Arco” jugaron un gran papel social y caritativo. En las
regiones dominadas por los Cristeros, fueron ellas quienes cultivaron los
campos abandonados por los combatientes o se ocuparon de sus niños y sus casas,
además de ir en busca de municiones. Las mujeres casadas se refugiaban con sus
hijos en las montañas, donde estaban sus maridos, hermanos e hijos
constituyendo un soporte vital para las tropas, organizadas en servicios de
intendencia, sanitarios y enfermería.
En fin, lo más
importante es que ellas se organizaron para mantener, durante todo este período
sin culto, la enseñanza de la Religión Católica, la adoración nocturna y otras
devociones como el Rosario.
[1] Fuentes: Centro de estudios
Cristeros “Anacleto González Flores”; SÁENZ ALFREDO, La gesta de los Cristeros;
HUGUES KERALY, La véritable histoire des Cristeros.
[2] Agradecemos
a Marie Muzio sus correcciones a la traducción.
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