Por Rodrigo
Carlos Gardel |
La
música ha sido, desde tiempos inmemoriales, espejo e imagen de los hombres, de
sus quereres, ideales, costumbres y hazañas. En la música podemos medir el
pulso de una época y el común sentir de los hombres que la componen. Nadie ha
de dudar, en efecto, que el tango Cambalache,
de Carlos Gardel, es la síntesis perfecta de los tumultuosos tiempos que
conformaron la Década Infame, entre los años ’30 y ’40 de nuestra historia. En
él son descritas, grotescamente y con tosca precisión, la corrupción, la
mentira, el fraude, la vulgaridad y el malevaje que habían tomado posesión de
la Argentina por aquellos días.
Ahora
bien, lo curioso es que fuera el mismo Gardel de Cambalache quien dedicara un
tango al “impopular” Golpe de Estado
de 1930…
Así pues, la música metiendo la pata.
La Revolución de los Tenientes
El
pasado 6 de septiembre se cumplía un nuevo aniversario de la Revolución de
1930, suceso que encabezará la larga serie de golpes militares que caracteriza
al turbulento siglo XX de nuestra historia. Esta revolución: ¿fue un acto
violento de las Fuerzas Armadas contra un Gobierno constitucional sostenido por
la opinión pública? ¿Fue la revolución de 1930 un ejemplo del “típico golpe
militarista”, que “promete al pueblo orden y seguridad” para luego “en nombre
de la patria y la honestidad, hacer los más sucios y descarados negociados”,
según afirma Felipe Pigna? ¿Significó acaso el triunfo de la elite que “volvió
a tener posibilidad de marginar políticamente a los sectores sociales que venía
marginando social y económicamente desde siempre”? ¿Triunfó en aquel cuarto de
hora el “nacionalismo oligárquico” del que habla Juan Domingo Perón? Tal
hipótesis, defendida por los partidarios del Gobierno depuesto y luego por la
historiografía de ese mimo signo político y por el periodismo de tendencia
izquierdista, nacional y extranjero, carece en absoluto de toda consistencia
histórica.
Como
detonantes de la revolución del 6 de septiembre actuaron factores externos e
internos. Entre los primeros, la Gran Depresión iniciada en 1929 y la crisis
económica en Hispanoamérica. También la desconfianza en el liberalismo, que
había aceptado, después de la Primera Guerra Mundial, la planificación y la
intervención del Estado. Por último, las nuevas experiencias de organización
social: la revolución soviética de 1917, el ascenso del fascismo en Italia en
1920 y la dictadura de Miguel Primo de Rivera en España. Decayó el prestigio de
un sistema fundamental para los países hispanoamericanos, mientras se
intensificaba la refutación de la democracia liberal desde el ángulo teórico de
la filosofía, la sociología y la ciencia política.
Pero
más importantes fueron los factores internos. En primer lugar, el deterioro
psico-físico del Presidente Don Hipólito Yrigoyen, personalista, absorbente e
ineficiente por todo ello. Además, como telón de fondo, las repercusiones que
tuvo en Argentina la Crisis del '29, con sus consecuencias, la falta de
respuestas adecuadas, como causa principal del descontento social, y el
favorecimiento popular de la actividad revolucionaria.
Todo
este panorama era tierra abonada para el crecimiento de las conspiraciones.
Según el esquema de Orona, pueden agruparse principalmente en tres:
·
La encabezada por el General José F. Uriburu y
conformada por el sector militar y civil de carácter conservador y
nacionalista;
·
la encabezada por el General Agustín P. Justo y
conformada por los círculos liberales del Ejército y la sociedad porteña, entre
ellos el partido radical antipersonalista;
·
y la encabezada por los yrigoyenistas que
formaban parte del gobierno constitucional, Enrique Martínez y Elpidio
González, y que preparaba un golpe de tipo legal por medio de la Ley de
Acefalía.
General Uriburu |
Desde
mediados de 1929, Uriburu se había asegurado la colaboración militar y política
necesaria. La prédica fogosa de Leopoldo Lugones conformaba su principal
panegírico. El 2 de septiembre de 1930 renunció el Gral. Dellepiane, ministro
de Guerra, denunciando la conspiración. A raíz de esto se produjeron algunos
cambios y Mayorga, militar uriburista que estaba al mando de Campo de Mayo, fue
removido del cargo y reemplazado por el justista Razzo. A último momento,
Uriburu se veía obligado a pactar con el sector liberal de Justo, abandonando así
sus proyectos nacionalistas de reforma política.
Los
militares legalistas y favorables al gobierno, estaban divididos entre ellos y
carecieron de dirección. Uriburu contaba con cerca de 4.000 hombres y, en
especial, las tropas de El Palomar, la aviación militar y la Escuela de
Comunicaciones. El joven Domingo Perón marchaba junto con los cadetes del
Colegio Militar. La mañana del 6 y acompañado por sus principales
colaboradores, partió hacia Buenos Aires. En la esquina de Córdoba y Callao
recibió la noticia de que el Vice Martínez ofrecía parlamentar. Uriburu
contestó que sólo admitiría la renuncia de todo el gobierno. La aviación lanzó
proclamas sobre Buenos Aires, se sumaron más tropas y la sublevación del
Regimiento de Granaderos a Caballo completó el triunfo uriburista, dentro de un
plan que probó el profesionalismo de su jefe.
Ante
el derrumbe, Horacio Oyhanarte llevó a Yrigoyen a La Plata. Allí, en el
Regimiento 7 de Infantería, se refugió para redactar su renuncia. En Plaza de
Mayo ya estaba reunida una multitud que festejaba a los triunfadores y los
sostenía políticamente.
Plaza de Mayo abarrotada recibiendo a los soldados |
El
cierre de la revolución se produjo el día 8 de septiembre, cuando el Presidente
Provisional juró su cargo desde el balcón de la Casa Rosada ante el pueblo
reunido en la Plaza de Mayo. Las 350.000 personas que poblaron los espacios
abiertos de la Plaza y sus calles adyacentes, sin convocatoria alguna, pusieron
su sello al pacto tácito propuesto por Uriburu. “Colegio Militar y Revolución
Popular” había sido el lema elegido por el jefe revolucionario, a fin de simbolizar
el proyecto de un alzamiento del pueblo con apoyo militar. Tal idea tomaba
densa corporalidad en la riada humana que el 8 de septiembre desbordaba la
Plaza de Mayo.
Así pues, en directa
contradicción con la versión izquierdista, radical y peronista, la revolución
del 6 de septiembre de 1930 tuvo un muy fuerte componente popular que aseguró
su triunfo. Así lo expresa un contemporáneo extranjero, el escritor Félix Weil,
cuando dice:
“Nadie levantó una mano para defender al gobierno legal. Los
trabajadores se mostraron desinteresados, apáticos. No se convocó ninguna
huelga... Nadie pensó en cambiar al gobierno de un general... por el gobierno
legal pero disolvente de un reformador senil, soñador e insincero”.
La noticia en los diarios |
Dicha popularidad
no era compatible con los intereses oligárquicos del grupo justista, pero sí
participaba del empuje renovador que traía consigo el nacionalismo. Sin
embargo, en lugar de dar al país la reforma política que necesitaba, Uriburu acabaría
cediendo ante las presiones del círculo liberal y defraudaría a sus seguidores,
enajenándose la voluntad del pueblo. Ausente de reformas profundas, el auspicio
del pueblo al Gobierno Provisional así como vino se esfumó, silenciosamente. El
colaborador de Uriburu, Gral. Francisco Medina, lo asentó con estas palabras:
“Uriburu había llegado al convencimiento de que el sacrificio
que le ofreciera a la patria con la revolución del 6 de septiembre, se
esterilizaba en la intrascendencia histórica de un simple derrocamiento de
hombres de poder”.
Gardel canta a la Revolución
Empero,
mientras la revolución de Uriburu gozó del fervor y entusiasmo populares,
Carlos Gardel se encargó de grabar un tango escrito por García Giménez que
celebraba el “triunfal amanecer de la revolución”. Traemos abajo el audio y la letra del tango ¡Viva la Patria!, grabado por Carlos Gardel 16 días después del triunfo del golpe.
La niebla
gris rasgó veloz el vuelo de un avión
y fue el triunfal amanecer de la revolución.
Y como ayer el inmortal 1810,
salió a la calle el pueblo radiante de altivez.
No era un extraño el opresor cual el de un siglo atrás,
y fue el triunfal amanecer de la revolución.
Y como ayer el inmortal 1810,
salió a la calle el pueblo radiante de altivez.
No era un extraño el opresor cual el de un siglo atrás,
pero era el
mismo pabellón que quiso arrebatar.
Y al resguardar la libertad del trágico malón,
Y al resguardar la libertad del trágico malón,
la voz
eterna y pura por las calles resonó:
¡Viva la
Patria!, y la gloria de ser libres.
¡Viva la
Patria!, que quisieron mancillar.
¡Orgullosos
de ser argentinos
al trazar
nuestros nuevos destinos!
¡Viva la
Patria!, de rodillas en su altar.
Y la legión que construyó la nacionalidad
Y la legión que construyó la nacionalidad
nos alentó,
nos dirigió desde la eternidad.
Entrelazados
vio avanzar la capital del Sur
soldados y
tribunos, linaje y multitud.
Amanecer primaveral de la revolución,
Amanecer primaveral de la revolución,
de tu vergel
cada mujer fue una fragante flor,
y hasta tiñó
tu pabellón la sangre juvenil
haciendo más
glorioso nuestro grito varonil.
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