martes, 9 de septiembre de 2014

El golpista Gardel y la Revolución popular




Por Rodrigo

Carlos Gardel
La música ha sido, desde tiempos inmemoriales, espejo e imagen de los hombres, de sus quereres, ideales, costumbres y hazañas. En la música podemos medir el pulso de una época y el común sentir de los hombres que la componen. Nadie ha de dudar, en efecto, que el tango Cambalache, de Carlos Gardel, es la síntesis perfecta de los tumultuosos tiempos que conformaron la Década Infame, entre los años ’30 y ’40 de nuestra historia. En él son descritas, grotescamente y con tosca precisión, la corrupción, la mentira, el fraude, la vulgaridad y el malevaje que habían tomado posesión de la Argentina por aquellos días.

Ahora bien, lo curioso es que fuera el mismo Gardel de Cambalache quien dedicara un tango al “impopular” Golpe de Estado de 1930… 
Así pues, la música metiendo la pata.




La Revolución de los Tenientes

El pasado 6 de septiembre se cumplía un nuevo aniversario de la Revolución de 1930, suceso que encabezará la larga serie de golpes militares que caracteriza al turbulento siglo XX de nuestra historia. Esta revolución: ¿fue un acto violento de las Fuerzas Armadas contra un Gobierno constitucional sostenido por la opinión pública? ¿Fue la revolución de 1930 un ejemplo del “típico golpe militarista”, que “promete al pueblo orden y seguridad” para luego “en nombre de la patria y la honestidad, hacer los más sucios y descarados negociados”, según afirma Felipe Pigna? ¿Significó acaso el triunfo de la elite que “volvió a tener posibilidad de marginar políticamente a los sectores sociales que venía marginando social y económicamente desde siempre”? ¿Triunfó en aquel cuarto de hora el “nacionalismo oligárquico” del que habla Juan Domingo Perón? Tal hipótesis, defendida por los partidarios del Gobierno depuesto y luego por la historiografía de ese mimo signo político y por el periodismo de tendencia izquierdista, nacional y extranjero, carece en absoluto de toda consistencia histórica.

Como detonantes de la revolución del 6 de septiembre actuaron factores externos e internos. Entre los primeros, la Gran Depresión iniciada en 1929 y la crisis económica en Hispanoamérica. También la desconfianza en el liberalismo, que había aceptado, después de la Primera Guerra Mundial, la planificación y la intervención del Estado. Por último, las nuevas experiencias de organización social: la revolución soviética de 1917, el ascenso del fascismo en Italia en 1920 y la dictadura de Miguel Primo de Rivera en España. Decayó el prestigio de un sistema fundamental para los países hispanoamericanos, mientras se intensificaba la refutación de la democracia liberal desde el ángulo teórico de la filosofía, la sociología y la ciencia política.

Pero más importantes fueron los factores internos. En primer lugar, el deterioro psico-físico del Presidente Don Hipólito Yrigoyen, personalista, absorbente e ineficiente por todo ello. Además, como telón de fondo, las repercusiones que tuvo en Argentina la Crisis del '29, con sus consecuencias, la falta de respuestas adecuadas, como causa principal del descontento social, y el favorecimiento popular de la actividad revolucionaria.

Todo este panorama era tierra abonada para el crecimiento de las conspiraciones. Según el esquema de Orona, pueden agruparse principalmente en tres:


·      La encabezada por el General José F. Uriburu y conformada por el sector militar y civil de carácter conservador y nacionalista;

·      la encabezada por el General Agustín P. Justo y conformada por los círculos liberales del Ejército y la sociedad porteña, entre ellos el partido radical antipersonalista;

·      y la encabezada por los yrigoyenistas que formaban parte del gobierno constitucional, Enrique Martínez y Elpidio González, y que preparaba un golpe de tipo legal por medio de la Ley de Acefalía.


General Uriburu
Desde mediados de 1929, Uriburu se había asegurado la colaboración militar y política necesaria. La prédica fogosa de Leopoldo Lugones conformaba su principal panegírico. El 2 de septiembre de 1930 renunció el Gral. Dellepiane, ministro de Guerra, denunciando la conspiración. A raíz de esto se produjeron algunos cambios y Mayorga, militar uriburista que estaba al mando de Campo de Mayo, fue removido del cargo y reemplazado por el justista Razzo. A último momento, Uriburu se veía obligado a pactar con el sector liberal de Justo, abandonando así sus proyectos nacionalistas de reforma política.

Los militares legalistas y favorables al gobierno, estaban divididos entre ellos y carecieron de dirección. Uriburu contaba con cerca de 4.000 hombres y, en especial, las tropas de El Palomar, la aviación militar y la Escuela de Comunicaciones. El joven Domingo Perón marchaba junto con los cadetes del Colegio Militar. La mañana del 6 y acompañado por sus principales colaboradores, partió hacia Buenos Aires. En la esquina de Córdoba y Callao recibió la noticia de que el Vice Martínez ofrecía parlamentar. Uriburu contestó que sólo admitiría la renuncia de todo el gobierno. La aviación lanzó proclamas sobre Buenos Aires, se sumaron más tropas y la sublevación del Regimiento de Granaderos a Caballo completó el triunfo uriburista, dentro de un plan que probó el profesionalismo de su jefe.

Ante el derrumbe, Horacio Oyhanarte llevó a Yrigoyen a La Plata. Allí, en el Regimiento 7 de Infantería, se refugió para redactar su renuncia. En Plaza de Mayo ya estaba reunida una multitud que festejaba a los triunfadores y los sostenía políticamente.
Plaza de Mayo abarrotada recibiendo a los soldados

El cierre de la revolución se produjo el día 8 de septiembre, cuando el Presidente Provisional juró su cargo desde el balcón de la Casa Rosada ante el pueblo reunido en la Plaza de Mayo. Las 350.000 personas que poblaron los espacios abiertos de la Plaza y sus calles adyacentes, sin convocatoria alguna, pusieron su sello al pacto tácito propuesto por Uriburu. “Colegio Militar y Revolución Popular” había sido el lema elegido por el jefe revolucionario, a fin de simbolizar el proyecto de un alzamiento del pueblo con apoyo militar. Tal idea tomaba densa corporalidad en la riada humana que el 8 de septiembre desbordaba la Plaza de Mayo.

Así pues, en directa contradicción con la versión izquierdista, radical y peronista, la revolución del 6 de septiembre de 1930 tuvo un muy fuerte componente popular que aseguró su triunfo. Así lo expresa un contemporáneo extranjero, el escritor Félix Weil, cuando dice: 


“Nadie levantó una mano para defender al gobierno legal. Los trabajadores se mostraron desinteresados, apáticos. No se convocó ninguna huelga... Nadie pensó en cambiar al gobierno de un general... por el gobierno legal pero disolvente de un reformador senil, soñador e insincero”.


La noticia en los diarios

Dicha popularidad no era compatible con los intereses oligárquicos del grupo justista, pero sí participaba del empuje renovador que traía consigo el nacionalismo. Sin embargo, en lugar de dar al país la reforma política que necesitaba, Uriburu acabaría cediendo ante las presiones del círculo liberal y defraudaría a sus seguidores, enajenándose la voluntad del pueblo. Ausente de reformas profundas, el auspicio del pueblo al Gobierno Provisional así como vino se esfumó, silenciosamente. El colaborador de Uriburu, Gral. Francisco Medina, lo asentó con estas palabras:


“Uriburu había llegado al convencimiento de que el sacrificio que le ofreciera a la patria con la revolución del 6 de septiembre, se esterilizaba en la intrascendencia histórica de un simple derrocamiento de hombres de poder”.


Gardel canta a la Revolución

Empero, mientras la revolución de Uriburu gozó del fervor y entusiasmo populares, Carlos Gardel se encargó de grabar un tango escrito por García Giménez que celebraba el “triunfal amanecer de la revolución”. Traemos abajo el audio y la letra del tango ¡Viva la Patria!, grabado por Carlos Gardel 16 días después del triunfo del golpe.







La niebla gris rasgó veloz el vuelo de un avión
y fue el triunfal amanecer de la revolución.
Y como ayer el inmortal 1810,
salió a la calle el pueblo radiante de altivez.
No era un extraño el opresor cual el de un siglo atrás,

pero era el mismo pabellón que quiso arrebatar.
Y al resguardar la libertad del trágico malón,

la voz eterna y pura por las calles resonó:

¡Viva la Patria!, y la gloria de ser libres.

¡Viva la Patria!, que quisieron mancillar.



¡Orgullosos de ser argentinos

al trazar nuestros nuevos destinos!

¡Viva la Patria!, de rodillas en su altar.
Y la legión que construyó la nacionalidad

nos alentó, nos dirigió desde la eternidad.

Entrelazados vio avanzar la capital del Sur

soldados y tribunos, linaje y multitud.
Amanecer primaveral de la revolución,

de tu vergel cada mujer fue una fragante flor,

y hasta tiñó tu pabellón la sangre juvenil

haciendo más glorioso nuestro grito varonil.



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